
Es Navidad. Aunque haya llegado demasiado pronto y bajo el amparo de un inverno prácticamente inexistente, ya está aquí. Y como ocurre por estas fechas, se empieza a gestar un cambio. Huele a cambio de etapa, al “año nuevo, vida nueva”, a nuevos propósitos incumplidos del año anterior, a un sinfín de promesas que hurgan en deseos mucho más profundos, recordándonos que el anhelo siempre va acompañado de reproches por no haber puesto el empeño suficiente a nuestros proyectos.
Pero la Navidad se trata de magia. Es algo que nos enseñaron desde niños ¿no? En Navidad todo se puede y por pedir que no quede, porque aunque papa Noel no exista como tal, siempre hay alguien dispuesto a conseguir imposibles para hacernos felices. Y no me refiero a un regalo, creo que a estas alturas esas nimiedades poco importan. Me refiero a ese salto al vacío que deberíamos dar para cambiar las cosas, que nos da pavor, que nos hace sentir tan cobardes.
La Navidad nos devuelve la valentía, Pidámosle entonces que de las cosas que digamos, la mitad no se queden por el camino.