Se llamaba María. Nicolás tuvo ocasión de recordarla tiempo después, recostado en el tronco de un pino, con sus notas en el regazo y una sonrisa nostálgica, de esas que hablan del pasado casi olvidado y de pronto aparecen en forma de recuerdo y nos escuecen en el alma.
Llegó con las primeras luces del alba, en un carruaje medio destartalado y sucio, y se la vio cubierta con ropas negras, un aire de tristeza y un misterio que inundó al pueblo de preguntas sin responder. No es que la chiquilla fuera un enigma o su situación algo extraño, es que en esas tierras nunca sucedía nada pero cuando sucedía suscitaba tal revuelo que el asunto se convertía en una novedad, y ser parte de ella constituía un sinfín de conjeturas. Después cupiera analizar el porqué de tanto afán de inventar. Quizá la vida, simple y llana, no era más que el reflejo de esas invenciones que proporcionaban el aliciente perfecto para la diversión.